1. La Gran Depresión

Preguntas para orientar la lectura:

  1. Describe el ambiente económico que existía en Estados Unidos antes del "crack" de 1929 y explica brevemente qué sucedió durante el "jueves negro" y el "martes negro".
  2. ¿De qué manera la crisis bursátil iniciada en Wall Street se transformó en una crisis económica generalizada que afectó a bancos, empresas y al consumo dentro de Estados Unidos?
  3. Explica las principales vías por las que la crisis económica estadounidense se extendió al resto del mundo y menciona cómo afectó a diferentes tipos de países (industrializados, exportadores de materias primas, etc.).
  4. Según el texto, ¿fue el hundimiento de la bolsa la única causa de la Gran Depresión? Argumenta tu respuesta basándote en los factores y desequilibrios económicos que ya existían previamente.
  5. Resume las principales consecuencias sociales (cómo afectó a la vida de las personas) y políticas (cómo influyó en los gobiernos y movimientos políticos) que tuvo la Gran Depresión a nivel mundial.

A finales de los años veinte, la bolsa de Nueva York experimentaba un crecimiento constante, atrayendo capitales tanto de Estados Unidos como del extranjero. Groucho Marx describió en sus memorias cómo casi todos sus conocidos se interesaban por el mercado de valores, con conversaciones centradas en el aumento de los valores. Fontaneros, carniceros y panaderos invertían sus ahorros con la esperanza de enriquecerse. Aunque el mercado a veces fluctuaba, la confianza en la economía estadounidense era tan alta que vender acciones se consideraba un error, ya que su valor parecía duplicarse o triplicarse rápidamente.

En la primavera de 1929, la economía estadounidense comenzó a mostrar signos de un cambio de tendencia. El producto interior bruto disminuyó ligeramente, y la producción en sectores importantes como el del automóvil descendió. Europa también experimentó signos negativos, en parte debido a la retirada de capitales estadounidenses para invertirlos en la bolsa de Nueva York. En septiembre de ese año, algunas personas advirtieron sobre la posible reversión de la tendencia alcista, y se vendieron varios millones de acciones. Sin embargo, las autoridades económicas intentaron calmar la situación, y todo continuó igual por el momento.

El 22 de octubre, se inició un movimiento a la baja que continuó al día siguiente y se intensificó el 24 de octubre, conocido como el "jueves negro", cuando se vendieron 13 millones de acciones. El pánico se apoderó de Wall Street, alcanzando su punto álgido el 29 de octubre, el "martes negro". A pesar de la intervención del sindicato de banqueros de Nueva York, se vendieron más de 16 millones y medio de títulos. A finales de 1929, el precio de las acciones había caído un 50% y continuó disminuyendo en los años siguientes, alcanzando su peor momento en 1932, con una depreciación adicional del 30%. En tres años, se perdieron 74 billones de dólares, el desempleo afectó al 25% de la población, desaparecieron las ganancias acumuladas durante la década de prosperidad y muchos estadounidenses quedaron arruinados.

Lo que comenzó como una crisis bursátil se transformó en una crisis económica generalizada en Estados Unidos. Aunque solo una pequeña parte de la población poseía acciones en bolsa, cuando los accionistas acudieron a los bancos en busca de efectivo para pagar sus deudas, los bancos no pudieron satisfacer la demanda debido a que gran parte de sus fondos estaban invertidos a medio y largo plazo.

Para hacer frente a estas solicitudes y a las pérdidas en sus carteras, los bancos exigieron el pago de los préstamos vencidos y dejaron de conceder créditos. Esto afectó inmediatamente a las empresas industriales, que se descapitalizaron y vendieron sus acciones, contribuyendo a la caída de la bolsa. La inseguridad provocada por la crisis disminuyó el consumo interno, lo que llevó a la acumulación de bienes sin vender. Además, se difundieron noticias de quiebras bancarias y empresariales. En 1929, quebraron 642 bancos en Estados Unidos, y en 1931, la cifra ascendió a 2298. La producción industrial disminuyó drásticamente, acompañada de una caída en los precios de los productos industriales y agrícolas, estos últimos con una pérdida del 70% en 1932.

La crisis bursátil se convirtió rápidamente en una crisis general en Estados Unidos, y debido a la importancia de su economía en el mundo, se extendió a otros países. Las medidas proteccionistas impuestas por el gobierno estadounidense, como el arancel Smoot-Hawley de 1930, que elevó las tarifas aduaneras en un 50%, afectaron las exportaciones de otros países. La caída de los precios estadounidenses se extendió también al resto del mundo, obligando a los países a bajar los precios de sus productos para mantener la competitividad. Además, Estados Unidos repatrió sus capitales y dejó de conceder préstamos, lo que afectó especialmente a Alemania y Austria, cuyas economías dependían en gran medida de las inversiones y créditos estadounidenses.

En estos últimos países, la situación se complicó aún más con el anuncio en 1930 de una posible unión aduanera, que se interpretó como un primer paso hacia una unión política. Esto aceleró la retirada de capital internacional, especialmente británico, y provocó quiebras bancarias y empresariales, lo que a su vez incrementó el desempleo. La crisis económica también afectó al Reino Unido, donde el comercio exterior disminuyó y la producción descendió, mientras que el desempleo aumentó. La desconfianza hacia la libra llevó a los inversores a convertir sus activos en oro, lo que provocó una disminución de las reservas del Banco de Londres. El gobierno respondió abandonando el patrón oro, lo que provocó una devaluación de la libra y afectó la competitividad de los productos franceses.

Francia, que inicialmente se había mantenido al margen de la crisis, se vio directamente afectada y comenzó a sufrir los mismos efectos que otras naciones industrializadas. Los países que dependían de la exportación de productos agrícolas y materias primas, como Canadá, Argentina, Australia y Brasil, se vieron privados de ingresos debido a la caída del comercio internacional. Los estados con economías menos desarrolladas y con poca integración internacional, como España, sufrieron en menor medida y con retraso los efectos de la depresión, pero nadie se libró, ni siquiera la Unión Soviética, ya que la caída mundial del precio del trigo afectó los planes de Stalin para financiar la industrialización.

A diferencia de crisis anteriores, la de 1929 tuvo un carácter universal, afectando a todos los sectores económicos y teniendo graves repercusiones sociales y culturales. La quiebra de entidades bancarias, incluso algunas consideradas muy sólidas, fue especialmente notable. En junio de 1931, el presidente estadounidense Hoover ordenó la paralización durante un año del pago de las deudas de guerra y las reparaciones que debía satisfacer Alemania, en un intento de controlar la crisis ("moratoria Hoover"). Sin embargo, esto no solucionó el problema general, pero sí paralizó los pagos internacionales.

Además, se abandonaron las inversiones a largo plazo y casi desaparecieron los créditos, lo que acentuó la desorganización en el sistema internacional de pagos y devaluó las monedas. En los países más avanzados, la actividad industrial sufrió una contracción sin precedentes, y en julio de 1932 la producción mundial había disminuido un 38% en comparación con 1929. En la agricultura, el impacto fue menos general y uniforme, pero el sector ya sufría un estancamiento y la crisis acentuó la bajada de precios en los países industrializados, mientras que en los países especializados en la exportación a gran escala de productos agrícolas provocó una catástrofe. Los agricultores de todo el mundo perdieron capacidad adquisitiva, lo que acentuó el descenso del consumo y agravó el desempleo. Esta situación, junto con la disminución de salarios y el crecimiento del paro agrario, paralizó el éxodo rural y provocó un clima de angustia en el campo. Los intercambios comerciales internacionales se paralizaron y todos los países reforzaron las medidas proteccionistas para defender su propia actividad productiva.

Los estudiosos coinciden en que el hundimiento de la bolsa de Nueva York fue la principal causa de la amplitud y gravedad de la crisis, pero no explica su origen. Desde la década de 1940, los estudios basados en datos estadísticos muestran que, antes de la crisis bursátil de octubre de 1929, la economía mundial ya mostraba signos claros de recesión. El crecimiento de la economía alemana alcanzó su punto álgido antes del pánico estadounidense, y meses después ocurrió lo mismo en el Reino Unido y Estados Unidos. Desde la primavera de 1929, los precios al por mayor en el mercado mundial habían comenzado a descender, y desde 1924-1925 se estaban produciendo fluctuaciones en el comercio de materias primas, con una baja generalizada en los precios de los productos básicos de los "nuevos países": lana, café, algodón, etc.

Además, la agricultura atravesaba una situación crítica en todo el mundo, y las diferencias entre los precios agrícolas e industriales provocaban desequilibrios en todas las economías, incluyendo la de la Unión Soviética. La desigual distribución de la riqueza, incluso en los países más desarrollados como Estados Unidos, también frenaba el incremento del consumo interno, que era esencial para mantener el ritmo de la producción industrial. A nivel internacional, los desequilibrios se acentuaron debido a la reducción de la competitividad de los grandes países europeos (Alemania y el Reino Unido) en relación con Estados Unidos e incluso Japón. Antes de 1929, era evidente el estancamiento tecnológico de la vieja industria británica, y el crecimiento de la economía alemana y de otros países centroeuropeos dependía en gran medida del capital estadounidense. Sin embargo, el éxito del capitalismo estadounidense provocó la disminución de las inversiones en Europa. A mediados de los años veinte, era rentable invertir en Europa, pero al final de la década resultaba más ventajoso comprar acciones en Wall Street, lo que llevó a una repatriación masiva de capital estadounidense.

Por lo tanto, la crisis bursátil llegó en un momento en que la economía mundial estaba condicionada por la acumulación de excedentes, la crisis de liquidez, la depreciación generalizada y el colapso monetario. En estas circunstancias, el desmoronamiento del sistema especulativo creado en Estados Unidos en torno a la bolsa y la torpe reacción de los políticos estadounidenses causaron un movimiento de pánico que aceleró los efectos negativos y puso de relieve los profundos desequilibrios del orden económico internacional. La incapacidad de los bancos centrales de los principales países industriales para establecer un sistema de coordinación internacional creó una situación de caos en la concesión de créditos y de confusión en los pagos externos, lo que convirtió la crisis bursátil en una depresión.

El auge de la bolsa de Nueva York había sido producto de prácticas especulativas y de una falsa idea sobre el progreso económico. Los precios de las acciones habían crecido artificialmente debido a la presión del ansia compradora, pero no existía correlación entre la valoración en bolsa y el valor real de las acciones, ni tampoco respaldo por parte de las empresas. La cotización bursátil fue producto de la decisión de grupos de expertos que provocaban la revalorización de determinadas acciones mediante movimientos de compra-venta, y de la práctica del "apalancamiento". Este sistema consistía en adquirir acciones desembolsando solo una parte de su valor y cubriendo el resto con un préstamo del agente de bolsa, quien a su vez solicitaba préstamos a los bancos. También se crearon sociedades de inversiones que compraban y conservaban acciones, emitiendo sus propias acciones y bonos que se revalorizaban en función del precio de los títulos comprados en bolsa. Cuando los bancos redujeron drásticamente los créditos al comenzar el descenso de la bolsa en octubre de 1929, el sistema se derrumbó.

Todas las clases sociales se vieron afectadas por la crisis, pero de forma desigual. Los propietarios de pequeñas y medianas empresas fueron los más perjudicados inicialmente, ya que la paralización de créditos descapitalizó sus negocios y los obligó a cerrar. La imagen del millonario vendiendo fruta en la calle se convirtió en un símbolo de la sociedad estadounidense del momento, al igual que la del burgués pidiendo empleo con un cartel en la espalda. La contracción del mercado obligó a las grandes empresas a disminuir el horario laboral, lo que provocó un incremento espectacular del desempleo. En 1931, el 16% de la población activa en Estados Unidos carecía de trabajo, y en 1933 la cifra ascendió a 13 millones. En los países europeos se alcanzaron cifras similares o incluso superiores.

Los más afectados inicialmente por la pérdida de empleo fueron los obreros jóvenes, pero pronto se sumaron a ellos los "trabajadores de cuello blanco" y los profesionales liberales. El desempleo resultó desesperante, y aunque algunos países implementaron medidas de subsidio, estas solo llegaron a una pequeña parte de los afectados y no fueron suficientes para cubrir sus necesidades básicas. Como resultado, la mendicidad aumentó en las calles de las grandes ciudades, las colas de vagabundos en busca de alimento se hicieron comunes y los suicidios no fueron raros. Además del desempleo, la baja salarial generalizada y la disminución de las ganancias de los artesanos y comerciantes minoristas, así como la ruina de muchos pequeños rentistas, afectaron a todos los sectores de las masas urbanas. En el ámbito rural, muchos agricultores incrementaron sus hipotecas o perdieron sus tierras al ser expropiadas por los bancos. Sin embargo, la caída de los precios alivió en cierta medida a quienes mantuvieron su trabajo y mejoró notablemente el nivel de vida de los capitalistas que resistieron la crisis. A pesar de esto, la sensación general era de desastre, ya que la miseria dominaba en las calles.

La percepción del desastre fue universal y se manifestó de múltiples formas. A principios de los años treinta, proliferaron las novelas, obras de teatro y películas que abordaban los problemas sociales y denunciaban la situación de los pobres. Aunque la tendencia en Hollywood se orientaba hacia el cine comercial, muchas películas reflejaban la desesperación general de la sociedad. El cine negro abordó con crudeza la situación social creada por la crisis, mostrando la miseria de los barrios pobres, los tipos desesperados y las mujeres dedicadas a la prostitución. El teatro y la novela también se sumaron a la denuncia social, con obras maestras como "Las uvas de la ira" de J. Steinbeck.

Las consecuencias sociales de la depresión tuvieron un impacto político significativo. El descontento provocado por la crisis se dirigió contra los gobiernos, lo que provocó una ola de cambios políticos. En los países con sistemas democráticos más arraigados, los partidos en el poder en 1929 perdieron las siguientes elecciones. Las medidas deflacionistas adoptadas inicialmente por los gobiernos democráticos occidentales provocaron protestas sindicales y agravaron los problemas en lugar de resolverlos. El descontento social aumentó, pero los partidos políticos tradicionales lograron mantener el sistema. Sin embargo, el prestigio del capitalismo se vio afectado y surgieron críticas desde diferentes perspectivas, lo que radicalizó el clima político.

Algunos sectores se inclinaron hacia los partidos comunistas, mientras que otros dirigieron su descontento contra el capitalismo y el comunismo, alentando los movimientos fascistas. La inestabilidad política fue más acusada en los países del Este y del Sur de Europa, donde se habían establecido regímenes autoritarios en los años veinte. En general, la crisis acentuó la derechización de los gobiernos y el surgimiento de partidos fascistas, salvo en España, donde se instauró un régimen democrático muy avanzado.

Si bien la depresión económica no fue la única causa de esta agitación política, desempeñó un papel determinante. En Alemania, el descontento económico impulsó el apoyo al partido nazi. Las medidas gubernamentales para controlar la crisis no satisficieron a nadie y socavaron el apoyo a la república de Weimar. La base del electorado de Hitler estaba compuesta por agricultores, rentistas, pensionistas, estudiantes y obreros de pequeñas empresas.

La relación entre crisis económica y cambios políticos también fue estrecha en América Central y del Sur. El hundimiento de los precios de los productos de exportación y la generalización de la miseria alimentaron las protestas del campesinado y de las capas urbanas menos favorecidas. La oligarquía respondió alterando el orden constitucional mediante golpes de Estado militares, estableciendo gobiernos conservadores y represivos. En otros países, la persistencia de la rebelión social dio lugar a guerras civiles. En América del Sur, la agitación política fue igualmente intensa, con golpes de Estado y gobiernos dictatoriales.

En el mundo sometido al colonialismo, la depresión económica alentó movimientos de protesta y lucha por la independencia. La oposición al dominio de las metrópolis se había fortalecido en los años veinte debido a la influencia de la Revolución Soviética y se intensificó durante la depresión. La lucha por la independencia y la recuperación de la identidad nacional fue liderada por las clases ilustradas acomodadas. En la India, Gandhi encabezó acciones de protesta contra las medidas del gobierno colonial. En Indonesia, se reforzó el movimiento independentista. En los países del Magreb, surgieron partidos y movimientos independentistas. En Asia, progresó el comunismo en China e Indochina, mientras que en Palestina se agravó la disputa por la tierra entre colonos judíos y palestinos.

La crisis económica actuó como un elemento decisivo del cambio político operado en todo el mundo durante los años treinta, propiciando una profunda mutación en el capitalismo. Esto incluyó una mayor intervención del Estado en la economía, un cambio sustancial en la forma de entender el sistema económico (teorías de J. M. Keynes), una mayor competencia entre los Estados y el fomento de los movimientos anticolonialistas. El capitalismo liberal decimonónico quedó profundamente afectado, y se cuestionó la capacidad reguladora del mercado.